En
1918 ambos bandos atravesaban serias dificultades
tanto militares como económicas. Sin embargo, la
fatiga era más visible en el bando
de las potencias centrales que en el aliado, pues la incorporación
de los Estados Unidos al conflicto había
supuesto una auténtica inyección de recursos
materiales y humanos.
No
obstante, en 1918 los alemanes consiguieron
eliminar definitivamente del escenario bélico
a los rusos que habían iniciado
negociaciones para poner fin al conflicto. Una serie
de derrotas continuadas habían animado al
gobierno revolucionario soviético a firmar
en marzo el Tratado de Brest-Litovsk.
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La
contraofensiva aliada al mando del general
Foch fue iniciada en julio de 1918 y forzó
el repliegue de las tropas germanas.
En agosto un nuevo ataque aliado que empleó
abundantes carros de combate desplazó a los
alemanes hasta la frontera belga. La crisis
militar se tradujo en deserciones masivas.
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El 8 de noviembre
de 1918 estalló en Berlín un movimiento
revolucionario y el Kaiser Guillermo II
abdicó. Se formó un nuevo gobierno
que encabezó el socialdemócrata
Ebert. Alemania firmó
el armisticio el 11 del mismo
mes.
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La monarquía
de los Hohenzollern dejó paso al
establecimiento de una República
democrática, la de Weimar,
regida por un frágil sistema parlamentario,
que fue presa de una gran inestabilidad hasta 1933,
fecha en que Hitler abolió la democracia.
Esa fragilidad fue causada principalmente por la crisis economica de posguerra y sus
secuelas sociales y políticas.
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