jueves, 11 de junio de 2015

Finalizaciòn de la Segunda Guerra Mundial

El siglo XX, con toda su brutalidad bélica, no conoció seguramente muchos días felices. Cabe pensar que el 8 de mayo de 1945, martes, día soleado y hermoso, haya sido uno de los más dichosos. Pues en la víspera, el día 7, se firmó la rendición incondicional que daba término a la Segunda Guerra Mundial en Europa y asistimos al entierro oficial del Tercer Reich en un escenario tétrico: las calles saturadas de cadáveres abandonados, las ciudades convertidas en inmensas ruinas, millones de personas caminando como fantasmas, sin rumbo, sin hogar, ni cobijo. Churchill le dio a ese día máximo rango histórico: «La rendición incondicional de nuestros enemigos fue la señal para la mayor explosión de alegría en la historia de la humanidad».
Todo eso fue posible porque unos ocho días antes, el 30 de abril, se había suicidado en su búnker de Berlín el gran Satán, la «bestia» –por repetir fórmulas de entonces–, «el animal de histéricas pezuñas», que le llamó Thomas Mann. Esas analogías con lo demoniaco «rebotaron» al gran politólogo en el exilio E. Voegelin, quien vio en ellas la intención cínica de «dis-culpar» a los alemanes de su responsabilidad en la insólita barbarie. Aunque para majestuosidad literaria, la de los ingleses citando la frase final del Ricardo III de Shakespeare: «The day is ours, the bloody dog is dead».

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